lunes, 25 de enero de 2010

PASARELA GASTRONÓMICA 2009 / por Ilah De La Torre






























Es un 24 de octubre del año 2009. A las 17:40: a través del lente de la cámara, un hombre en zancos que sonríe, clic, y los colores brillantes del verde y del morado con los que está vestido se guardan en la memoria. A lado de este personaje varias tiras de tela dibujan círculos y líneas que oscilan a causa del vaivén de la mano y del viento frío que las mueve. Nada alrededor permanece quieto: los últimos preparativos para el evento están a punto de concluir. Los organizadores, vestidos de negro con un toque anaranjado, se mueven de un lado a otro para atender cualquier percance y, como si el tiempo se detuviera sólo un instante jugándoles una mala broma, varios colores redondos se dejan arrastrar por el aire: ¡Los globos!, dice una de las organizadoras y corre hacia ellos para devolverlos a su lugar.
Las 18:00 horas: un payaso parece mirar con extrañeza sus zapatos; un aro trata de asirse, sin lograrlo, a la cintura de una mujer; la música festiva se confunde con el barullo de las voces y el olor de la comida atrae a los visitantes. Conforme avanzan los minutos llega más gente. Las estrellas colgadas en el interior de la gran carpa blanca iluminan y reciben a los familiares que vienen a ver la pasarela gastronómica. El Gran Claustro, acicalado de colores circenses, acoge a sus invitados.

Las 18:20 horas: la magnitud del evento retrasa la inauguración y, mientras los organizadores y los concursantes se muestran nerviosos porque todo salga según lo previsto, los invitados observan su derredor con esa mirada que delata la ansiedad de la espera a un evento anhelado. Como invitado de honor llega Omar Prado, quien antes coordinaba el evento y este año se lo otorgó a Blanca Martínez Sotelo. Primera llamada.
Las 18:40 horas: los chefs que fungen como jueces, Miguel Quezada, José Ramón Castillo y Daniel Ovadía se encuentran al frente de la pasarela por donde desfilarán los atuendos confeccionados a partir de distintos tipos de alimentos. Mientras esperan platican entre sí y poco tiempo después se les une Fabiola de la Fuente, la editora de la revista El Gourmet. Segunda llamada. Alrededor de la carpa, algunos familiares se entretienen mirando los carteles de los promotores: Aurum, Fondo y Fomento Cultural, Innova, Le Chocolat… Tercera llamada.
Las 18:50 horas: la lectura de un poema de Mario Benedetti es representada por dos bailarines; el público sigue con interés los movimientos de danza que acompañan la cadencia del poema. Aplausos. Entra Blanca Martínez Sotelo y da la bienvenida a la 5ª Pasarela Gastronómica de la Universidad del Claustro de Sor Juana, titulada Noche de circo: la pasarela empieza…
El azúcar satinado y los guantes de palomitas como accesorios del atuendo Beso mortal dan comienzo al evento. Le siguen más atuendos como Ixtel, Payasita coqueta, Otoño, Kukul, Domadora Cihuaxinaztli, entre otros. Ingredientes prehispánicos como el chile, el maíz, hojas de tamal o ingredientes dulces como lunetas, gomitas, chocolates o algodones de azúcar envuelven la atmósfera de un aroma diverso y otorgan distintas tonalidades de colores que se corresponden con la temática de la pasarela. La categoría principal y la especial en que están divididos los diseños ofrecen una gran variedad de texturas, colores e ingenio en su hechura. La complejidad con la que están confeccionados evidencia el trabajo de horas continuas que se transmiten tan sólo en un instante. Por ello, ávidos por suspender unos segundos el ir y venir de los diversos atuendos, los destellos de las cámaras alcanzan a fijar los detalles con los que están confeccionados los diseños: aretes de caramelo, zapatos adornados con palomitas de maíz, un moño de algas o una tiara de chocolate son algunos de los accesorios que acompañan los diferentes tipos de vestimentas. Éstas, elaboradas a base de frutos secos, semillas, dulces, chiles, entre muchos más alimentos, desfilan sobre la pasarela y despiertan la admiración y la sorpresa de los invitados.

Del mismo modo en que uno tras otro de los diseños entran y salen de la pasarela, los minutos corren sin que se advierta que el término del evento está cerca: todo se detiene un momento para tomar la decisión final.
El momento de la espera permite reparar en que alrededor de 2500 personas se encuentran en el lugar. Al fondo, el comienzo de la lluvia silencia el barullo de las voces y acrecienta la expectativa por conocer a los ganadores.
Las 21:00 horas: inicia la entrega de premios. En la categoría principal, el diseño Domadora Cihuaxinaztli obtiene el tercer lugar, el segundo es para Tentazzione y el primero lo gana Oruga de invierno. En la categoría especial, Kukul gana el primer y único premio. La gente aplaude a los alumnos que diseñaron los atuendos y a quienes los modelaron.
La celeridad que se percibía a un inicio va disminuyendo al mismo tiempo que la lluvia, pero el lente de la cámara se apresura a captar el dejo del evento: clic, se cierra y oscuro: la noche despide a los invitados que salen del Gran Claustro con un buen sabor de boca.

UNA MIRADA SOBRE EL EROTISMO EN OCCIDENTE / por Héctor Palhares Meza

El amor no es la eternidad; tampoco
es el tiempo de los calendarios y los
relojes, el tiempo sucesivo. El tiempo
del amor no es grande ni chico: es la
percepción instantánea de todos los
tiempos en uno solo, de todas las
vidas en un instante.

Octavio Paz


La historia de la pasión remite al primer motor que los clásicos definieron como la vitalidad pulsante que inspira a hombres y dioses. Rostros y atavíos del erotismo articulan nuestro imaginario. Introversión y extroversión, en juego de miradas, tienden los puentes hacia las muchas lecturas e interpretaciones que el arte ha hecho sobre el amor corpóreo.
Amor que no dispensa de amar al que es amado, pronuncian los labios de Francesca de Rimini al narrar al poeta Dante Alighieri su apasionada historia. La conciencia del ser y el estadio inconsciente del actuar. Carne y espíritu; ambos abrevan en una misma esencia y son complementarios. La libido aborda y se desborda en múltiples lenguajes. Es el pathos del mundo helénico; la pasión que daba lugar a la vida misma, al origen y al sentido de la existencia humana. Deseo, entrega, sufrimiento y arrojo. Unicidad en el binomio: hombre y mujer a merced del amor.
La sensualidad se manifiesta en plenitud. En la historia de las culturas y de la religión se entrelazan las ópticas que abordan el tiempo del amor. Ceremonias, metáforas y enigmas justifican en el erotismo la condición humana imitadora de lo divino. Las figurillas de las primeras diosas de la fecundidad –llamadas venus– que el hombre paleolítico modeló para rendir culto a la fertilidad de la madre Tierra, anteceden a una larga cadena de representaciones alegóricas de la dadora de vida. Astarté-Inana-Ishtar-Indrani-Isis-Afrodita-Venus-Cihuacóatl-Tonantzin son iconos que rebosaron de símbolos investidos de amor. A partir de ellos, puede establecerse un recorrido visual por los espacios amorosos y eróticos del pensamiento y de la plástica.


Los grandes momentos del amor
Esta urgencia de bebernos cuando somos espirales contrarias que se trenzan y avanzan derribando su oleaje frente a frente hasta quedar fundidos en silencio.

Iliana Godoy

El amor nace de una separación […] nos recuerda nuestra naturaleza primitiva y hace esfuerzos para reunir las dos mitades y para restablecernos en nuestra antigua perfección. Cada ser humano no es más que una mitad separada de un todo, condenada a caminar –ya no a rodar, como ocurría con los esféricos originales– de un cuerpo a otro, en busca de su mitad correspondiente, apunta el investigador José Ricardo Chaves siguiendo a Aristófanes. Eros y ágape representaron para los clásicos la comunión entre lo físico, carnal, sensual, por un lado, y la espiritualidad del amor, por el otro. Punto de encuentro de la pasión erótica del que ama y la del amado. Platón, Ovidio y Apuleyo abordaron la esencia del amor a través de mitos y alegorías que forjaron el imaginario antiguo. Eros y Psique; Apolo, Dafne, Clície y Leucotoe; Ciniras y Mirra; Afrodita y Adonis; Zeus en sus devaneos con Danae, Europa, Leda o Ío, dan cuenta del amor y de la pasión que seducen a dioses y mortales.
En el Banquete Aristófanes señala […] cada parte echaba de menos a su mitad, y se reunía con ella, se rodeaban con sus brazos, se abrazaban la una a la otra, anhelando ser una sola naturaleza […] en consecuencia el anhelo y la persecución de ese todo recibe el nombre de amor […]. El andrógino fue el origen del carácter individual de los opuestos. Hombre y mujer, desprendidos de su unicidad primigenia, quedan a merced del castigo de los dioses de reencontrarse y volver al comienzo. La naturaleza incompleta del ser humano era para los clásicos fuente de inspiración mítica, poética y literaria. Metamorfosis, cambio perpetuo, tránsito del alma en el cuerpo para alcanzar la perfección.
Heredero de las connotaciones signadas del amor, el Medioevo las articuló en la coyuntura del amor humano y el divino. En la versión mística de Bernardo de Claraval, la Virgen María fue venerada como Notre Dame –Nuestra Dama–, advocación caballeresca de un nuevo sentido devocional mariano. Así, lo laico y lo místico se entrelazaban en la experiencia amorosa.
El amor cortés y el llamado Dolce Stil Novo (Dulce estilo nuevo) –que idealizó a la mujer en la Italia del siglo xiii– sedujeron a la fémina con coplas y poemas. La virginidad, la docilidad y la obediencia conformaron el arquetipo durante este periodo. Por su parte, en la serie de tapices La dama y el unicornio (Flandes, último tercio del xv) que resguarda el Museo de Cluny en París, una aristócrata habita el jardín cercado que emula el paraíso terrenal. Vegetación y fauna abundantes y pletóricas de simbolismo, junto con objetos que aluden a los cinco sentidos y al amor corpóreo, la invisten con los valores de la época: el unicornio muestra su perenne pureza y el pequeño cánido refiere a la sumisión ante el marido y ante Dios. Un espejo y otros objetos vinculados con la vanitas mundi refieren a los amores terrenales, mientras ella contempla y es contemplada como criatura predilecta del Señor.
El Humanismo abrevó en las fuentes grecolatinas también y se acercó a las pasiones del hombre por el hombre mismo. Antiguos mitos y pasajes alegóricos exaltaron la belleza evocadora del amor y del cuerpo. En la tabla Venus y Marte (1483) del artista florentino Alessandro Botticelli, sita en la Galería Nacional de Londres, la sensual figura del patrón de los guerreros reposa con placidez ante la mirada furtiva de la divinidad del amor. El Renacimiento enfatizó el papel del hombre como parte medular del interés humanista y científico. La anatomía y sus grandes misterios ocuparon la atención lo mismo de Leonardo da Vinci en sus conocidos dibujos, que la de Miguel Ángel Buonarroti en las figuras de la Capilla Sixtina del Vaticano. Un aletargado Adán tiende su dedo y mira al Padre quien le da la vida; mientras, la sensualidad de su volumen corpóreo se arroja inclemente sobre el espectador.
El Nuevo Mundo fue testigo de una interacción cultural sin precedente. Los antiguos ritos sensuales de pueblos como el Huasteco o el Mexica se proyectaron en el imaginario occidental. España trajo consigo no sólo la cruz sino prácticas amatorias y de cortejo que había heredado de la coexistencia de cristianos, moros y judíos en la Península Ibérica. Mestizaje étnico y emocional en el que resonaban herbolaria y cantos de trovador.
El Barroco exaltó la sensualidad de las monarquías reales, siendo la de Versalles en Francia su gran paradigma. Son relaciones peligrosas, clandestinidad y erotismo que celebran la desnudez de la mujer. Artistas como Jean Baptiste Chardin, François Boucher, Jean-Marc Nattier o Jean-Honoré Fragonard captaron en sus pinturas la belleza fascinante y extrovertida del ideal femenino en la vida cortesana. El rol protagónico de las amantes reales –como la célebre madame de Pompadour, favorita del rey Luis xv– devino en un lenguaje de coquetería y seducción escondido tras el movimiento sutil de un abanico, un pañuelo estrujado o el escote irreverente que acentuaba las gracias femeninas en el ámbito de la moda. Exceso, rebuscamiento, exquisita hipocresía y moral liviana entretuvieron a la alta sociedad dieciochesca hasta el colapso que trajo consigo la Revolución de 1789.
El Neoclásico volvió su mirada de nuevo a la Antigüedad –con particular énfasis en las entonces descubiertas ciudades italianas de Herculano y Pompeya– para mostrar la esencia del amor siguiendo los patrones clásicos. El fresco La Venus de la concha o el bronce Fauno danzante que resguardaron durante siglos las villas pompeyanas eran mirados con interés no sólo arqueológico sino referencial de los usos y costumbres del mundo romano en los inicios de la era cristiana. Madame Récamier de Jacques-Louis David reposa sobre un triclinio, a la manera de algunos retratos clásicos, en una composición que enfatiza la elegancia y el atractivo de la dama. Del mismo modo, las figuras del artista de la corte napoleónica, Jean-Auguste-Dominique Ingres, fueron permeadas con una pincelada que evoca el erotismo del pasado grecolatino. La piel nívea y la mirada casi ausente de las damas que dieron lugar a la visión amorosa del siglo xix, conviven con turgentes esclavas negras que atienden a la gran odalisca. Reminiscencias todas de la sensualidad cortesana del Islam que cautivó el pincel y la memoria de los viajeros europeos. Harem, baño turco, abanicos de pluma de avestruz, turbantes multicolores y gemas emuladoras del encanto y delicadeza de la mujer; ecos de Las mil y una noches atraen las historias de Sherezada y sus evocadores pasajes cargados de aventura y misterio.
El Romanticismo buscó la libre inspiración del artista y de esta manera triunfó el sentimiento sobre la razón. Eugène Delacroix y sus contemporáneos recrearon grandes temas de la Edad Media y el exotismo oriental. Mujeres atrevidas y voluptuosas –junto con figuras melancólicas y ebúrneas– inundan el espacio plástico de los románticos. La muerte de Sardanápalo de Delacroix, que conserva el Museo de Louvre en París, expone arrebato y suicidio en binomio con seducción. Asimismo, la idea de un amor cruel y sin reciprocidad como el de Werther –obra capital de Goethe– detonó la sensibilidad decimonónica. Una carta, el pétalo de una rosa aprisionado en las páginas de un libro, el prototipo del amor que se interrumpe por un destino incierto o por la muerte –como Marguerite Gautier, la Dama de las camelias de Alejandro Dumas– revistieron el imaginario de toda una época.
Auguste Rodin y Camille Claudel, binomio de la discípula-amante y el gran maestro francés de la escultura moderna, indagaron los temas mitológicos para encontrar en ellos la pasión amorosa contenida en el movimiento y en la libertad. El beso como icono del amor occidental –que retrata el amor adúltero de Paolo Malatesta y Francesca de Rímini– entra en diálogo con La eterna primavera (1884) y con Psique contemplando al amor (1906), obras de Rodin que exploran en mármol la palpitante vocación de la entrega: Céfiro abraza a Flora y la ciñe con fuerza mientras acontece el rapto; la curiosidad de Psique enciende su lámpara de aceite para descubrir el cuerpo del amado que reposa. En contraparte, Claudel modeló El vals (1893) como preludio del fin de su vínculo con Rodin y del confinamiento psiquiátrico por casi treinta años. Adolfo Ramírez Corona apunta sobre esta pieza:

Casi salen del espacio virtual de la escultura, rompiendo sus ataduras […] para alejarse a danzar libremente por el salón imaginario. La tensión aumenta por el modo en que en un juego de ilusión perfecto los rostros de ambos amantes se entretocan.


Más allá del espacio cerrado e introvertido de los románticos, el Impresionismo francés abordó los escenarios plenos de luz. Cuerpos femeninos en la orilla de un estanque son depositarios de la pincelada que rescata –como apuntaba Neruda– sus líneas de luna [¨…] como el trigo desnudo. La mirada indiscreta del voyeur se filtra por el ojo de la cerradura para atisbar la figura incitante de una bañista que seca su cabello rojizo, húmedo de sensualidad. Después del baño (1891) de Edgar Degas y Desnudo bajo el sol (1875-76) de Pierre-Auguste Renoir contagian su voluptuosidad.
El último tercio del siglo xix indagó en el espíritu y en la forma de la femme fatal, protagonista en el escenario de exceso y banalidad de la llamada Belle Époque. El ritmo del can-can y de la bohemia parisina quedó atrapado en lienzos de Henri de Toulouse-Lautrec, como en los célebres retratos de Jane Avril bailando (1892) y La payasa Cha U Kao (1895), pletóricos de encanto y sensualidad. El simbolismo y el decadentismo hicieron lo propio hasta recurrir al cuerpo como agente de toda fascinación. Egon Schiele y sus Dos mujeres (1912) y Gustave Klimt con Judit y Holofernes (1901) arrojan sobre el espectador una carga erótica que se convierte en dogma.
El siglo xx dio cuenta de los nuevos significados que ocuparon a los artistas con respecto al desnudo y a la seducción. Pablo Picasso en su obra capital, Las señoritas de Aviñón (1907), replanteó lo figurativo y lo abstracto en cinco mujeres que ven y son vistas desde la atmósfera sórdida y pulsante de un prostíbulo catalán. Asimismo, Desnudo rojo (1917) de Amedeo Modigliani o Leda atómica (1949) de Salvador Dalí abordarían con su sensibilidad el eterno femenino en el ardor de la Vanguardia.




POESÍA Y EROTISMO / Entrevista a Mario Bojórquez

El poeta sinaloense nos demuestra a través de su poesía el lenguaje del erotismo, que es, en sus propias palabras, una “forma sublime del amor sexual, donde el placer nunca llega a cumplirse, es una imposibilidad existencial” que si bien no se cumple dentro del imaginario de su poesía, si lo hace en las etéreas imágenes de sus versos donde las letras fluyen, abren su torrente y se muestran desnudas, tal cual son.
Mario Bojórquez ha obtenido diversos reconocimientos como el Premio Nacional de Poesía Clemencia Isaura (1995), el Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa (1996), el
Premio Nacional de Poesía Aguascalientes (2007), entre otros. Es autor de Pájaros Sueltos, 1990; Contradanza de pie y de barro 1996, Diván de Mouraria, 1999, Pretzels, 2005 y El deseo postergado, 2007. Su obra ha sido traducida al francés, portugués y al inglés y publicada en Portugal y Estados Unidos. Actualmente se desempeña como editor asociado de la revista Biblioteca de México y como profesor de retórica de la Fundación para las letras mexicanas.

¿Cuál es el lugar del erotismo en la poesía contemporánea?
El erotismo es uno de los temas fundamentales de la poesía de todos los tiempos, desde los griegos y los latinos es una presencia fulgurante en la escritura, modelos como los de Safo y Anacreonte entre los griegos y entre los latinos Catulo u Ovidio han servido a las generaciones y lenguas posteriores para seguir fijando ese singular asunto que nos convoca a todos.
Desde luego que ha habido variaciones y gradaciones de muy diversa índole en lo que se refiere al tratamiento del tema, por ejemplo, en cuanto a nosotros, inicia con las jarchas mozárabes cuyo tema es el del amado o habibi que espera a la puerta para ser recibido, también, el llamado amor cortés que se extendió en la edad media desde la poesía provenzal hasta la lengua galaico-portuguesa y su posterior refundación por Petrarca que fue seguida por poetas tan diversos como Pierre de Ronsard en Francia o Luiz Vaz de Camões en Portugal.
En el medioevo español, hay un gran monumento literario al tema, siguiendo los pasos del Ars Amandi de Ovidio Nasón, y que corre a cargo de un poeta singularísimo, conocido como Juan Ruiz el Arcipreste de Hita en su famoso Libro de Buen Amor. Viene después un tratamiento del llamado erotismo místico, reconocible en autores del Renacimiento Hispánico como San Juan de la Cruz o Santa Teresa. En el Barroco entre los españoles Francisco de Quevedo o Lope de Vega, están las características del llamado stil nuovo italiano que fue introducido en España por Garcilaso de la Vega y Juan Boscán. El Barroco Americano con Sor Juana, no será ajeno al tema con sonetos y redondillas de exquisita orfebrería.
En el siglo XIX en México convivieron tres escuelas fundamentales de la poesía, el Neoclasicismo, la Arcadia y el Romanticismo, en las tres se cumple de nuevo el tema y logra su mayor perfección en el suicidio por amor de Manuel Acuña al concluir la redacción de Nocturno a Rosario. Para el Modernismo habrá una nueva percepción más enconada, más atrevida con los maravillosos sonetos de Caro Victrix del poeta Efrén Rebolledo, algunos lances de lascivia en los poemas de Salvador Díaz Mirón y su punto de mayor altura con un erotismo místico e idólatra de nuestro padre soltero Ramón López Velarde.
En la época de Contemporáneos, iniciará la inclusión del llamado “otro amor”, de un carácter homosexual, con Xavier Villaurrutia, Salvador Novo y Carlos Pellicer. La generación posterior a Contemporáneos con dos poetas fundamentales del siglo XX mexicano, Octavio Paz y Efraín Huerta, regresará al tema de modo excepcional, en Paz vinculado a la tradición tántrica de la India y en los poemas finales de Efraín Huerta con el humor en los poemínimos. Otro par de autores, Rosario Castellanos y Jaime Sabines, muestran la doble cara del amor sexual (Sabines) y el desamor por despecho (Castellanos). Son, sin embargo, tres poetas vivos de la poesía mexicana quienes nos han mostrado con especial lucidez las formas álgidas del amor erótico, Alí Chumacero, Rubén Bonifaz Nuño y Eduardo Lizalde, este último renueva los usos del erotismo, con el sarcasmo y una violencia verbal inusitada para la siempre reposada poesía nacional, poemas como Lamentación por una perra, La ciudad ha perdido su Beatriz y en general el libro El tigre en la casa, dan un tono nuevo, una nueva expresión al erotismo en la poesía mexicana contemporánea.

¿Cómo define la línea que divide el erotismo de la pornografía?
El erotismo es la forma más sublime del amor sexual, en él reside la potencia creadora y destructora del ser humano, se ama para divinizar el cuerpo del otro, se ama para destruir su cuerpo. Todos los sueños, las visiones y también las malas ansias encuentran ahí su final conclusión. La inexacta porción de placer y de melancolía son los ingredientes con los que se construye esa mezcla de alegría y dolor, en mi obra poética el placer nunca llega a cumplirse, es una imposibilidad existencial, su consumación se posterga.
La pornografía es la socialización del placer por medio del mercado, el placer se convierte en una mercancía susceptible de adquirirse con dinero y que, además, no implica el contacto entre seres humanos, es una abstracción del cuerpo y sus humores, es una representación del placer hecha en serie para su distribución por los canales comerciales.

¿Es la poesía la parte más erótica del lenguaje?
La poesía es la forma más alta del lenguaje humano, incluye entre sus virtudes la elevación del espíritu en sus formas más puras, en la poesía se concentran los pensamientos elevados y las bajas pasiones, si el erotismo es la sublimación del amor, la poesía es la sublimación del lenguaje.

¿Puede el erotismo funcionar como una forma de encontrarse a sí mismo por medio del otro? ¿cómo ayuda la poesía erótica a que esto suceda?
Puede, creo yo, el erotismo ser una forma de búsqueda en la plenitud del amor, hasta ahora no he conocido una forma del encuentro con la realidad positiva del ser, creo, sí, que puede tratarse de una opción de búsqueda, la han transitado el tantrismo y el sufismo, en donde poesía, amor y misticismo son las llaves de la plenitud del ser.

¿Es el erotismo un lenguaje ilimitado como lo es el lenguaje poético?
En nuestra literatura del siglo XX, pienso ahora en Julio Cortázar, la opción del juego ha marcado nuevas enseñanzas en los usos del amor y de la vida, si el juego es ilimitado, podemos pensar que esto se instala en la concepción que ahora podemos tener de la poesía y el erotismo, las imágenes de erotismo lúdico que nos han dejado autores como Georges Bataille, Guillaume Apollinaire o más atrás el Marques de Sade en sus Pasiones Simples de su novela 120 días de Sodoma, hacen que sospechemos que el erotismo y la poesía, estas dos vías de la plenitud del placer, puedan ser inagotables.






TODAS LAS MUJERES DE MILO MANARA…Y un viaje felliniano. / por Paolo Pagliai

Él está volviendo a casa. Un enésimo regreso. El avión vuela alto. Sin compromisos. Él está viendo una película con el gordo y el flaco. Stan y Oliver, prisioneros de un experimento equivocado, reducidos al tamaño de un niño. Más chiquitos que un niño. Están en el baño: Stan, el flaco, viendo al lavabo, y el gordo, Oliver, sentado en el borde de la tina, pero los pies no alcanzan el piso. La gente, en el avión, ríe. Él mismo ríe. Como el avión, sin compromisos.
Afuera llueve. El avión “navega” como un barco en la tempestad. Vuela a ciegas.
Es la película jamás hecha más famosa de la historia del Cine: “El viaje de G. Mastorna mejor conocido como Fernet”, un sueño de Federico “el grande” Fellini.
El cielo es amenazante, el viento crece y empieza una verdadera tempestad. El DC 8 arranca en el océano agitado de nubes negras y la voz de una sobrecargo dice “Atención, por favor. Por causa de dificultades técnicas, nos vemos obligados a un aterrizaje de emergencia.”
Quizás en la película no hubiera sido importante, pero en la nueva vida del sueño, la voz toma el semblante y las curvas de una de las mujeres de Milo Manara. Sí, porque en 1991, Fellini “el grande” decide transformar el sueño de celuloide en una criatura de tinta y papel, un cómic. Elige inmediatamente a Milo Manara, su amigo y autor de las fantasías eróticas más atrevidas del mundo de las “nubes parlantes”, para traducir al nuevo lenguaje todas esas historias que no tuvieron suerte con la pantalla grande.
La falda cortísima, un improbable uniforme que distrae el lector de la gravedad del momento: “En esta línea puede pasar. Tenemos que mantener la calma. El comandante tiene derecho a toda nuestra confianza.”
La belleza inquietante y sorpresivamente real de las mujeres de Manara, invade las páginas de Mastorna, llenan su viaje, significan su personalísima odisea. Su nostos. La gente busca, con la mirada preocupada, el aeropuerto de la salvación: un hombre elegante mira angustiado a su vecino que pregunta: “¿Y el aeropuerto? No logro verlo…”. Una mujer, otra, la boca entreabierta, los lentes grandes. Sexy. Es ella que nota, entre las nubes y los relámpagos, una catedral gótica.
Como por encanto, el avión aterriza, justo frente a la entrada principal de la enorme iglesia. En una ciudad dormida. Parece Colonia.
En una atmósfera irreal la gente baja del avión, lanzándose por una resbaladilla inflable. “¡Ándale! Imagínese estar en un parque de diversiones…” También la bella señora, la de los lentes grandes, se deja caer por el largo camino de goma: la falda se levanta y deja ver todo lo invisible, las piernas largas, los calzones blancos…
Milo Manara, clase 1945, tiene una verdadera manía por las mujeres. Sus heroínas son atrevidas, amorales, dominadoras, concientes de su propia belleza, descaradas, provocantes, siempre sobre las líneas, indomables. Pertenecen a un imaginario que va más allá del machismo fácil, son más bien el producto de un esfuerzo creativo que surge de la lectura sinérgica e integrada de autores fundamentales como Anaís Nin, Apollinaire, De Sade. Finalmente, las seductoras creaturas de un juego: le declíc de un artista.
Un juego hecho de memoria, olores, sabores, imágenes confundidas por el tiempo pasado; quizás el mismo juego de Federico Fellini, él también demiurgo de sueños poblados por mujeres.

Para mí las mujeres, entonces, eran en su mayoría las tías. Ya había oído, es cierto, de una casa con algunas mujeres adentro… Dora en la calle Clodia, cerca del río. La Dora del Fiom, la Dora del río, le decían. Pero cuando se decía 'la mujer', me venían a la mente sólo las tías que hacían los colchones, o las mujeres de la calle Gambettola, que trabajaban por mi abuela, y que pasaban al tamiz el trigo. Así que no entendía. Luego vi que las tías eran diferentes, porque la Dora, cada quince días, rentaba dos coches para exhibir a la nueva camada, como propaganda. Fue entonces que noté a mujeres pintadas, con velos extraños, misteriosas, que fumaban cigarrillos con boquilla de oro. Las nuevas mujeres de la Dora.


Quizás la memoria, entonces, es mentirosa y traicionera, y el juego lleva a la construcción de una mujer inventada, funcional a las necesidades del autor. La señorita Claudia de Le Declíc o Miele – heroína de miles de historias- no sirven otra causa si no la de Manara. Una de las mujeres de “La città delle donne” mira a los ojos a Fellini-Mastroianni y opina sobre el hombre creador, el “macho” que sueña:

La canalla es siempre la misma: nosotras, las mujeres, somos sólo un pretexto para que él sea capaz de contar, una vez más, el bestiario, el circo, su neurótico teatro. Y nosotras aquí como payasos, auténticas marcianas, enseñando nuestro amor, y todo nuestro sufrimiento. Este sombrío, triste, agotado personaje, debe saber, una vez por todas, que no somos marcianas, que habitamos la tierra, esta tierra, pero ya no como fertilizante (…). No nos conoce y no puede conocernos, pero esto será su error fatal: ya que, encerradas en la oscuridad de su harén, o aisladas en nuestros guetos de miseria o lujo desenfrenado, tuvimos tiempo para espiarlo, observarlo, a nuestro carcelero, nuestro patrón. Oh sí, ahora te identificamos, y sabemos todo de ti: eres tú el payaso, eres tú el marciano.


Es como si las mujeres descaradas de Manara o las voluptuosas, pero no necesariamente bellas, de Fellini, fueran – más que nada - la representación carnal de la debilidad absoluta de sus creadores.
“¡Quiero una mujer!” grita uno de los personajes lunáticos del “amarcord” de felliniana memoria, pero -evidentemente- no sabe de qué mujer se trata.
La que precipita, sin pena, con las piernas abiertas, de la salida de emergencia del DC 8 donde estaba el señor Mastorna, es una de esas mujeres.
“¿Y nuestro equipaje?”, pregunta la gente preocupada. “Ninguna preocupación, están subiendo todo a un camión.”, dice con voz tranquila un sobrecargo, sonriente. Afuera la catedral imponente y el avión perfectamente -demasiado- estacionado en la plaza. De las ventanas, centenares de personas, extraños e inusitados espectadores que gritan y aplauden… Él, G. Mastorna mejor conocido como Fernet (un nombre de clown), Mastorna en persona, que hace la reverencia, agradece al público, se quita el sombrero y satisfecho se justifica: “Los aplausos son parte de mi vida. Yo soy uno que trabaja también por estas satisfacciones… Era… Disculpen. Me siento un poco confundido…”
Y en la confusión que acompaña la muerte, porque nadie sabe cómo es la muerte, cómo pasa todo, cómo es que uno termina con todo, en la confusión que acompaña la muerte, se le acerca la sobrecargo, bellísima, una de esas mujeres que observan y que sirven el imaginario del hombre. Lo invita a subirse a un trineo. Se sienta con él. Lo protege debajo de su capa. Él, como en una metáfora descarada, acepta. Se siente bien. Seguro. Ella se parece a… Le recuerda a… “Me lo dicen todos… A un cierto punto de la vida, nos parecemos siempre a alguien.”
Es inevitable recurrir, con el pensamiento frágil de la memoria personal, a los versos inspirados del poeta Fabrizio De André:

La muerte vendrá de repente
Tendrá tus labios, tus ojos
Te cubrirá con un velo inmaculado
Y callada se dormirá a tu lado.
En el ocio, en el sueño, en batalla
Vendrá sin palabra o rumor
La muerte va directo al blanco
No toca ni cuerno ni toca tambor.

Así, la cabeza recargada en el pecho generoso de la extraña señora, G. Mastorna mejor conocido como Fernet (un nombre de clown) llega a un lugar que parece un antro, un night club de lujo, la sala de un restaurante exclusivo, de un hotel para ricos.

Por las noches el Grand-Hotel se transformaba en Estambul, Bagdad, Hollywood. En las terrazas, protegidas por cortinas de plantas, quizás se tenían reventones al estilo de Ziegfield. Se entreveían las espaldas desnudas de las mujeres que parecían doradas, abrazadas por brazos varoniles en smoking blanco, un viento ligero y perfumado nos traía, a veces, musiquitas sincopadas, lánguidas hasta desmayarse. Eran los motivos americanos: sonny boy, I love you, alone, que ya habíamos escuchado en el cine Fulgor y que, por enteras tardes, habíamos tatareado, con Xenofontes sobre la mesa y la mirada perdida en la nada, la garganta cerrada.


Es nuevamente la voz de Fellini que nos acompaña adentro de los diseños de Manara; nos parece escuchar los sonidos y se genera en nosotros esa rara nostalgia para el no probado que nos invade siempre cuando caemos presas de la memoria de los demás…
No hay luz en el gran salón. Todo está en la penumbra. La bailarina esta noche dará su extraordinario espectáculo entre decenas de velas. Se llama Nity, la bailarina; es bella, seductora, misteriosa, vestida con velos trasparentes que nada dejan a la imaginación.
La danza es sensual, una danza del vientre que, como afirma uno de los asistentes “Provoca el llanto. Hasta de las cocinas vienen a verla. Nos hace llorar a todos.” Manara fija su mirada -nuestra mirada- ahora en la boca, siempre entreabierta, ahora en las piernas, largas y sinuosas, ahora en el ombligo, perfecto e insospechable. Nadie puede imaginar el epílogo del espectáculo. Ella llora, sufre, y en su sufrimiento inexplicable, reside toda la esencia del momento. Pero el público es distraído por el cuerpo, y no piensa en el dolor. Ahí nadie piensa en el dolor. No hay ni espacio ni tiempo para el dolor.
De un lado obscuro de la sala, me imagino al poeta Giorgio Gaber, dejando garabatos en la mesa sucia y mojada de miles de licores. Un hombre, macho, varón, que reflexiona sobre la representación de la mujer, sobre la apropiación indebida de la esencia de una persona.

Una mujer envuelta en un hábito elegante
Una mujer que custodia lo bello
Una mujer feliz de ser serpiente
Una mujer infeliz de ser esto o aquello.
Una mujer que a pesar de los hombres
No confía en esas cosas blancas
Que son las estrellas y la luna
Una mujer que no le gusta la fidelidad canina.
Una mujer nueva, recién nacida
Antigua y digna como una reina
Una mujer segura y temida
Una mujer vulgar como una patrona.
Una mujer tan suspirada
Una mujer que esconde todo
En su incomprensible mundo interior
Y que, después de todo, es un espíritu claro como el sol. (…)

Una mujer que resiste tenaz
Una mujer diversa y siempre igual
Una mujer eterna que cree en la paz
Una mujer que se obstina a ser inmortal.
(…)
Y se esta maldita necesidad
Dejara en paz a sus deseos
Y si ya no les afectaran los cortejadores
Entonces tendríamos a los hombres de un lado, y del otro
Un mundo de mujeres tan bellas
Que no necesitarían
Encariñarse con la mentira de nuestro sueño.


Sí, la mentira del sueño. A pesar de la belleza, más allá de la sensualidad del baile, las lágrimas que disuelven el maquillaje y dejan largas líneas negras a lo largo de las mejillas, llaman la atención de los asistentes. Los que saben, los que ven el espectáculo todas las noches, por la eternidad, lo saben: “¡Ándale!”, exclama la cocinera que ha dejado las ollas para ver, como siempre, ese número milagroso. “El momento se acerca. Me explota el corazón.”
La música insiste, cruel, y ella, Nity, la bailarina, la mujer que Manara diseña para dar forma y rendir justicia al sueño incumplido de Federico Fellini; ella, el vientre, la boca, las piernas, finalmente grita: “Es atroz, pero tengo que hacerlo… ¡Auxilio! Ayúdenme…”. Se deja caer. La cara en contra del piso. Las piernas abiertas. Los puños cerrados.
Esta vez, no hay malicia. El dolor finalmente no deja cabida al deseo. Un cocinero, los ojos rellenos de llanto, agradece en voz alta esta nueva heroína. G. Mastorna mejor conocido como Fernet (un nombre de clown) no entiende y sin embargo, junto con todos nosotros, percibe que se trata de algo importante. De un dolor importante.
No es el dolor físico de Las once mil vergas de Guillaume Apollinaire; no se trata tampoco del sádico placer de Las ciento veinte jornadas de Sodoma imaginadas por el marqués De Sade; no se trata del juego pervertido de Von Sacher-Masoch. Descubrimos o redescubrimos, como por encanto, que las mujeres de Fellini, las irresistibles mujeres de Manara, más allá de toda perversión representan una rara ancla de esperanza.
Sí, nadie se lo espera, pero Nity da a luz un niño. Como todas las noches, por la eternidad, ella baila, sufre y, luego, se hace protagonista del milagro de la vida.
Todos festejan, brindan con las copas llenas. También G. Mastorna mejor conocido como Fernet (un nombre de clown), también él brinda y festeja. Todos esos muertos del desastre del DC 8 que se estrelló en contra de la catedral de Colonia, están festejando la vida.


jueves, 8 de octubre de 2009